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Editorial. Un cachetazo que puede hacernos reaccionar con sabiduría o consumirnos en el dolor

🔵Por Rubén Ruíz, secretario general de la APJ-Gas, de la CTA🔴

Ayer la mayoría del pueblo argentino habló con una contundencia que hiela la sangre. La bronca y el hartazgo ganaron por KO. También nublaron la vista y la razón. No hubo margen para la discusión, la argumentación, la contraposición de ideas entre quienes opinábamos diferente. Lamentablemente, no existió la posibilidad del diálogo y la síntesis. v 

Se renueva la necesidad inexcusable de reflexionar, generar nuevas prácticas, crear nuevos sentidos sin perder los principios, disputar las ideas sin ortodoxias infranqueables, comprender las tendencias globales sin atribuirles el cien por cien de nuestros males, parir nuevas dirigencias. También, de incorporar las nuevas tecnologías en materia de comunicación política y de aceptar que la unidad en la diversidad debe ser un hecho integral, no un concepto móvil y utilizable según nos convenga.

Una resistencia eficaz dependerá de nuestra capacidad de entender lo que pasó en nuestra aldea y actuar en consecuencia. Seguir en la misma sintonía sin modificar aspectos centrales de nuestra forma de operar sobre la realidad puede llevarnos a lugares peores.    

Algunos de nosotros/as (yo primero) tampoco registramos la magnitud del desastre social en que vivimos. No es solo un problema económico. Es social, político, cultural, de perspectivas. Por un lado, no puede ser casual que la mayoría de los jóvenes haya votado a Milei. Y no podemos atribuirlo solo a su falta de formación política, su desinformación o su falta de interés. Seguramente hay otras razones para registrar. Más de la mitad de la Argentina tiene menos de cuarenta años. Muchas de nuestras luchas, victorias y derrotas le quedan lejos a esa generación. La inflación permanente, la dificultad para acceder a cuestiones básicas y la sensación de no futuro son más cercanas.

Por otro lado, Milei no habría alcanzado 14.500.000 votos sin el aporte de una parte importante de los trabajadores/as activos, los jubilados y los pobres organizados y no organizados. Es una cifra demasiado impactante, demasiado compacta.

Se demostró que era difícil remontar la cuesta con un 40% de pobreza, un 10% de indigencia, una inflación del 140-150%, el 40% de trabajadores/as con salarios menores a la canasta familiar, el drama de los alquileres, la inseguridad creciente y una marginalidad ascendente. No alcanzó con la persistencia reparadora de las paritarias, la red de contención social posible, los bonos cada vez más seguidos y la gratuidad de una lista importante de remedios para los jubilados ni la política de precios justos y la tardía devolución del IVA.

Es probable que la mayoría lo viviera como algo provisorio y que no permitía pensar un futuro sostenible. La degradación social persistente pudo más. No es una sensación. Es una constante.

Los trabajadores/as (formales, informales, cuentapropistas, desocupados, jubilados) somos la mayoría indiscutible en nuestro país. Los caminos buscados por esa mayoría para superar esta crisis fueron distintos y, en algunos casos, antagónicos. El resultado electoral lo muestra.

Echarle la culpa solo a los medios masivos de comunicación resulta insuficiente.

Tenemos una historia suficientemente contradictoria como para pretender que todos/as abrevemos sin discrepancias en la misma cancha. La persistencia en una sola forma de procesar nuestra historia es errónea. Hay una línea conductora que nos sirve como guía, pero que fue manipulada demasiadas veces como para ser apropiada por las mayorías.

Este aspecto, que puede parecer menor, es central. Si acomodamos las piezas a conveniencia, otros pueden rechazarlo con todo derecho. El espectáculo que brinda la mayoría de nuestra dirigencia (de todo tipo) es una clara demostración de ese cambalache. El resultado del estado de provisionalidad permanente en que vivimos es responsabilidad principal de las personas a quienes elegimos para caminar juntos y dirigir las cuestiones públicas. Nosotros tenemos nuestras propias responsabilidades, pero el peso de la asignación no es el mismo.

La imposibilidad de aceptar críticas verificables, parar la pelota ante evidencias cotidianas en nombre de una supuesta superioridad ideológica, aceptar errores y modificar conductas nos fue alejando de una parte importante del país silenciosa, sufrida y cada vez más enojada.

Ganaron los Milei, Macri, Bullrich, los halcones del Pro, los negacionistas y los “librecomercio” ante un PJ desangelado e internista, un progresismo ineficaz, un radicalismo popular minoritario, una izquierda inerme y una cantidad enorme de compañeros y compañeras paralizados por la inexistencia de políticas audaces y consistentes que los sedujeran para jugar un papel activo.

No es definitivo.

Las políticas que dicen impulsarán quienes ganaron las elecciones son un palazo para la vida de las mayorías. Necesitamos esa reflexión colectiva (y poner el cuerpo) para poder oponernos con eficacia al libre albedrío en las negociaciones salariales, la eliminación de derechos conquistados como la indemnización, la privatización de la educación, la salud o de las empresas públicas.  Para oponernos a la dolarización devastadora, el negacionismo en materia de derechos humanos, el intento de desarmar la comunicación pública y la vigilancia panóptica.

La única verdad es la realidad. Hoy es esta. Dura, incontrastable, increíble pero inequívoca.

En unos meses estará determinada por las consecuencias de la política que se implemente y la profundidad del daño que ocasione. No tengamos dudas que ocasionará daños importantes.

No creo que la mayoría electoral se haya convertido en ultraderechista. Me inclino por pensar que no quiso seguir en esta situación de incertidumbre serial y que, en un punto, no fue sumisa.

Con paciencia, nuevas prácticas políticas, aceptación de que nadie tiene la verdad a pesar de representar a más compañeros/as, defensa de los derechos conquistados para que sean disfrutados por otros/as y no para restringirlos, recuperación de la audacia que caracteriza al pueblo argentino y capacidad para impulsar cambios en un mundo que muta sin cesar, podremos construir una nueva mayoría que no se contente con administrar la pobreza ni buscar siempre la culpa en el ojo ajeno, sino que proponga vivir en una sociedad mejor.

En estos momentos parece lejano, pero Argentina y su pueblo dan sorpresas y nuestros tiempos nunca estuvieron escritos en los manuales de historia.

Somos imprevisibles para un lado y el otro. Que nadie se sienta dueño de la pelota en este polvorín. Ayer nos llenaron de goles pero el partido se está jugando…

Un Pelícano triste que comerá todas las noches que pueda con su familia, confiará en sus amigos/as, no perderá el humor y hurgará en todos los rincones para dar vuelta la tortilla…

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